“¿En qué tipo de ciudades queremos vivir? porque, en un periodo máximo de cinco años nos vamos a tener que cuestionar radicalmente nuestro modo de vida urbano ante los graves problemas que amenazan la vida actual en las ciudades”. Carlos Moreno, investigador de la Paris I-Pantheon Sorbonne, experto en control inteligente de sistemas complejos, presidente de la InTi (Innovación, Tecnología e Investimento) y consejero de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo participó como ponente en el III Fórum RIES18 de Pontevedra, congreso internacional sobre Smart Cities celebrado en la ciudad entre el 24 y el 26 de octubre, con una propuesta muy rotunda y, a pesar de su advertencia inicial, esperanzadora.

Para este experto, tanto el concepto actual de Smart City como la situación de las ciudades necesita de un cambio profundo, de una transformación sin precedentes. “Es una revolución pendiente”, dijo en su conferencia en este foro, “cuyo objetivo es lograr, más que ciudades, ciudadanía inteligente y urbes ‘caminables’, amigables, vivas, saludables, ecológicas, humanizadas, inclusivas, con la tecnología al servicio de las personas, resilientes y que promuevan al máximo posible el envejecimiento activo”.

Un cambio que, para Moreno pasa, sobre todo por “por eliminar movilidades inútiles e innecesarias y distancias que se recorren a diario para acudir a los trabajos y que se pueden suprimir con herramientas como el teletrabajo”, o bien, añadió, “potenciar todas las alternativas que nos permite la tecnología, aunque de manera humanizada y, sobre todo en las grandes ciudades, utilizar las energéticas limpias y revolucionar su gestión al servicio del interés general”.

La gran amenaza mundial

“Estamos perdiendo la batalla contra las necesidades vitales y sucumbiendo a la principal amenaza a la vida en el planeta: el cambio climático”, advirtió Moreno, que cargó contra la mala gestión y el tipo de energía que se utiliza en los países europeos, “impuesta, despilfarradora y para el beneficio de unos pocos” recordando que “ casi el 80 por ciento de la población mundial vive en ciudades en las que se produce el 70 por ciento del consumo destructor del planeta”.

Además y, obligatoriamente, para este eminente investigador, el cambio hacia ciudadanía inteligente, humanizada, inclusiva, saludable, resiliente y para todas las edades, pasa por unas necesidades irrenunciables: “agua, sombra y aire”, puesto que, prosiguió, “uno de los mayores desafíos de los espacios urbanos actuales es que el 80 por ciento del aire no es respirable”.

Así, insistió, “las ciudades son comunidades vivas en las que sus habitantes precisan de la mencionada agua, sombra y aire y, además, espacio, tiempo, silencio, que se han convertido ya en auténticos lujos”. “Necesitamos imperiosamente”, dijo, “tiempo para las relaciones sociales, para la interacción entre generaciones, razas y modos de vida” y, fue muy rotundo, “silencio para evitar el ruido y la hiperconexión digital mal gestionada, en la que vivimos permanentemente y que nos aisla personal y socialmente, como si fueramos burbujas”.

Existe esperanza

En esta labor de cambio es imprescindible, subrayó el investigador, “implicar a todas las administraciones, empezando por las municipales hasta las estatales”. El cambio, aseguró, “es posible, tenemos todas las herramientas tecnológicas, legales, técnicas y de todo tipo a nuestra disposición para ello”. Sin embargo, prosiguió, “las leyes actuales se suelen plegar a intereses que no siempre responden a lo deseable para lograr este nuevo tipo de ciudades”. Para explicarlo, este experto mencionó las políticas que, en varias ciudades europeas, están volviendo a dar paso a los automóviles en zonas ya peatonalizadas “tenemos que desterrar los coches, una herencia del siglo pasado, símbolo de estatus absurdo e incluso machista, hoy en día totalmente contraproducente, que desgasta literalmente el entorno inmediato y general”.

Es trascendental, matizó, “cambiar de mentalidad, de actitud, de conciencia y, por ejemplo, potenciar los transportes públicos y otorgarles dignidad. Aún se piensa que utilizar el autobús, el metro, el tren es ‘cosa de pobres’, y, mientras tanto los coches transportan a una media de 1,2 personas a diario en toda Europa. Es un despilfarro, un despropósito, un absurdo”.